
En una época donde la educación no era un derecho garantizado y aprender a leer y escribir dependía más de la voluntad que de los recursos, dos mujeres desafiaron las limitaciones de su tiempo para sembrar la semilla del conocimiento.
En una comunidad de La Peña, San Francisco de Macorís, entre aulas improvisadas bajo árboles y frágiles ramadas, Eugenia María Rojas de Escot y su hija, Rosa Mercedes Báez de Guzmán, transformaron el destino de generaciones con su vocación y compromiso inquebrantable. Fueron las primeras maestras de su comunidad.
Eugenia María Rojas de Escot, pionera de la enseñanza en su comunidad, comenzó su labor educativa entre los años 30 y 40, en un contexto donde la falta de recursos no fue obstáculo para su determinación. Con un fuerte sentido de responsabilidad social, visitaba casa por casa inscribiendo a los niños, desafiando las dificultades para garantizar que cada niño tuviera acceso a la educación. Su ejemplo inspiró a su hija, Rosa Mercedes Báez de Guzmán, quien en los años 50 siguió sus pasos y se convirtió en maestra.
“Mi abuela fue la primera educadora de la comunidad y motivó a mi madre a seguir ese camino. Su amor por la enseñanza tras generaciones”, recuerda con orgullo su hija .
Las condiciones en las que ambas impartían clases eran precarias. Sin infraestructura adecuada, muchas veces las lecciones se llevaban a cabo en franquetas improvisadas, o incluso bajo la sombra de los árboles.
A pesar de esto, su vocación superaba cualquier adversidad, logrando que la educación fuera un derecho accesible para todos los niños de la comunidad.
Rosa Mercedes Báez de Guzmán se convirtió en una maestra emblemática, querida y respetada por todos. Su consagración a la enseñanza fue tal que, tras su jubilación con 26 años de servicio, pidió que le le habilitaran una enramada en su casa para que continuara alfabetizando, pues, como decían sus allegados, la educación era su vida.
“Mi madre era un ser que irradiaba amor y confianza. Siempre se entregó a la enseñanza con pasión, y aún hoy en la comunidad se le recuerda con admiración. Muchos de sus estudiantes, que hoy rondan los 50 años, la consideran su guía y su inspiración”, expresan quienes la conocieron.
El impacto de doña Rosa trascendió generaciones. No solo formó a innumerables profesionales, sino que su nombre quedó inmortalizado en los recuerdos de aquellos que aprendieron con ella las primeras letras. Su última generación de estudiantes, a quienes llamaban “su última cosecha”, se ha convertido en profesionales destacados.
Más allá de su legado educativo, doña Rosa también dejó recuerdos imborrables en su familia. Una de las anécdotas más contadas con gracia es el episodio en el que su hija, de niña, fue llevada a la escuela y unos niños discutían sobre su identidad.
“Uno decía que yo era fea, Entonces mi mamá, con su peculiar humildad, les preguntó la razón de la disputa. Uno respondió que no podía ser yo su hija porque era muy fea. Con su ternura, mi mamá simplemente escuchó y dijo: ‘Sí, es muy fea, pero es mi hija’”, relata su hija con nostalgia y humor.
Años después, ya en la adolescencia, la anécdota tomó otro giro inesperado. Durante una visita a su casa, un militar que había sido su compañero de escuela la reconoció y exclamó con sorpresa: “¡ fea!”. Entre risas, el hombre, ahora con un alto rango, confesó: “Tú eres muy linda, pero te digo un secreto… antes eras fea”.
Esta anécdota, que solía contar doña Rosa a su hija, refleja su carácter afable y su manera especial de convertir cualquier situación en una lección de vida.
Hoy, el nombre de Rosa Mercedes Báez de Guzmán sigue vivo en la memoria de quienes fueron sus alumnos. “Cuánta falta hace una maestra como doña Rosa”, repiten con nostalgia quienes tuvieron el privilegio de aprender de ella.
El reconocimiento de la comunidad hacia doña Rosa fue tal que, aunque en su momento no se le permitió llevar su nombre a la escuela local por que aun seguía con vida en aquel entonces , su imagen fue pintada en un mural junto a grandes figuras como Salomé Ureña y Pedro Henríquez.
Eventualmente, la sala capitular del municipio honró su memoria nombrando una calle en La Peña como «Rosa Báez».

Doña Rosa y Eugenia María Rojas no solo fueron maestra, sino una inspiración para toda una comunidad que, gracias a su esfuerzo, encontró en la educación un camino hacia un mejor futuro.
Hoy su historia sigue viva, en el corazón de cada persona que tuvo la dicha de conocerla y aprender de su inquebrantable amor por la enseñanza.
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Fuente: santiagodigital.net