
El Estadio Gran Canario es muy abierto, no podía ser de otra manera teniendo en cuenta que estamos en una isla y que la gente que allí vive lo hace de manera extrovertida, sin mirarse los zapatos y haciéndolo a la cara, con una sonrisa, de su interlocutor. Si Catalunya es tierra de acogida, esta gente lo es el doble.
Pero no confundan hospitalidad con imbecilidad. El Barça ya lo comprobó en Montjuïc, donde cayó ante un equipo que está luchando por no bajar. Y volvió a sufrirlo en Las Palmas, donde el partido se le hizo una bola de esas imposibles ni siquiera de masticar y, por lo tanto, mucho menos de ingerir o digerir. La primera parte fue, hablando claro, un tostón.
Se jugó poco y mal, hubo faltas, pero tampoco demasiadas, las ocasiones fueron aquello que anuncian los concesionarios para vender coches de segunda mano y las oportunidades, pues lo mismo. Pero es que, para ser justos, ni hubo ocasiones ni oportunidades. Sí, un disparo de Lamine, dos faltas tremendamente mal tiradas por parte de Lewandowski y Raphinha (que baje Leo y lo vea), otro intento de Fermín algo tímido… Nada destacable.
¿Por parte de Las Palmas? Tampoco. Szczesny tuvo poco trabajo, aunque dio un par de sustos raros, de esos que un punto ortopédicos en un partido que no daba ni siquiera para cometer errores de bulto. No paso a mayores, aunque la bajada de tensión era evidente por parte de un equipo que ha recuperado el liderato, pero que hizo nada o prácticamente nada para mantenerlo en una primera mitad muy sosa.
Lo cierto es que el Barça va camino de convertirse en un absolutamente inteligible: capaz de dar su mejor versión ante los grandes y, en cambio, reservándose de manera extraña ante quienes, en principio, debería poder ganar con mayor facilidad. Ahí están los resultados de aquella racha olvidada de 6 puntos de 24 posibles. Leganés, Real Sociedad y Las Palmas llevaron al equipo a un punto de frustración del que se recuperó bien.
Por eso fue capaz de ganar 1-0 al Alavés y al Rayo en partido de masticar tierra. Como el de Las Palmas. Los de Flick han aprendido que si no se puede golear, hay que seguir sumando de tres en tres. Es esta una lección que el Barça de Xavi entendió a la primera y muchos criticaron, pero que acabó dando una Liga.
Dani Olmo, tras el descanso
Flick ordenó un cambio en el descanso: a Fermín, como a todo el equipo, le costó muchísimo dar continuidad y regularidad al juego blaugrana en el primer tiempo, así que cambió ficha por ficha y entró Dani Olmo. La sustitución no fue del todo productiva durante el primer cuarto de hora porque, más que de nombres, se trataba de energía.
Que es la que empezó a poner el equipo cuando, con el paso de los minutos, empezó a ver que la cosa se complicaba, que mantener el liderato no puede hacerse desde el sofá, sino desde la más absoluta de las convicciones en lo que uno hace. Ganar significa querer ganar. Lamine, en una de las pocas veces que se fue con claridad, la puso con la derecha para el remate de Raphinha, que remató fuera. De las mejores. Pero el Barça empezaba a oler a flores. Y eso siempre es agradable.
Dani Olmo agarró él solito el frasco de las esencias en el interior del área, recortó de esa manera tan suya, tan precisa y dañina, y la puso en la escuadra con la zurda. ¡Gooooool! Lo merecía el Barça, líder dispuesto a no volver a caer en la autocomplacencia estúpida en la que cayó cuando pensó que ya estaba todo hecho. Para ganar, lo primero que hay que hacer es querer ganar.
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Fuente: santiagodigital.net