julio 14, 2025
Muertes por imprudencia vial en San Francisco de Macorís

Salir a la calle no debería ser una sentencia de muerte. Pero basta un descuido, una maniobra irresponsable o la temeridad de alguien para que la vida de una persona cambie, o termine, en segundos. Cuando la tragedia ocurre, muchos dicen: “yo no quise hacerle daño a nadie”. Pero, ¿qué nombre le ponemos a la imprudencia que apaga vidas y deja familias destrozadas?

El pasado domingo 6 de julio, en el sector Pueblo Nuevo de San Francisco de Macorís, la señora Altagracia Mercedes Rodríguez, de 66 años, perdió la vida tras ser atropellada por dos jóvenes que calibraban su motocicleta sin ninguna conciencia del peligro que representaban.

Testigos cuentan que la señora apenas alcanzó a salir de su casa cuando fue embestida. La trasladaron de inmediato a un centro de salud, pero las heridas eran demasiado graves. Su vida se apagó días después en una cama de hospital.

Hoy, una familia entera, hijos, nietos, una madre, llora su pérdida, preguntándose cómo alguien puede convertir una calle en una pista, arriesgando la vida de los demás sin asumir las consecuencias.

La familia Rodríguez informa a familiares y amigos su fallecimiento, y comunica que sus restos están siendo velados en la funeraria del sector Rivera del Jaya, ubicada en la calle B, en San Francisco de Macorís.

Pero la historia no terminó ahí. Apenas tres días después, el miércoles 9 de julio, otro accidente fatal sacudió la provincia. Esta vez fue en la carretera San Francisco, Nagua, donde Marcelo Decir perdió la vida al chocar contra un camión estacionado.

Marcelo Decir
Marcelo Decir

Su compañero de trabajo, quien conducía, relató que intentó rebasar a otro vehículo, pero al volver a su carril no pudo evitar el impacto. “Todo fue por querer rebasar”, admitió.

Dos muertes en menos de una semana. Dos familias marcadas para siempre por el dolor. Y una realidad que no cambia: las calles siguen llenas de conductores imprudentes, calibrando, rebasando sin precaución, corriendo a velocidades absurdas como si la vida ajena no tuviera valor.

Mientras las autoridades no tomen medidas drásticas, la irresponsabilidad seguirá siendo la norma. Duele ver cómo las familias quedan rotas por culpa de quienes se niegan a respetar las reglas. Más duele aún cuando los responsables no enfrentan las consecuencias de sus actos.

Las lágrimas de estas familias deberían recordarnos que las calles son de todos, y que cada decisión detrás del volante o al mando de una motocicleta puede costar una vida.

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Fuente: santiagodigital.net

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