
Papá nace un 21 de noviembre en el año 1926, en Cayetano Germosén (Guanábano), de acuerdo con lo que él decía la calle principal dividía una parte que pertenecía a Moca y la otra a La Vega, que fue del lado que el nació. Hijo único de Ramón Almánzar (cariñosamente Negro) y María Henríquez.
Siempre he pensado que papá desde que nació, fue bendecido por Dios. A los cinco años lo llevan a La Vega a iniciar primeros pasos en la escolaridad y por intermediación de su madrina que tenía buenas relaciones con las monjas, fue aceptado en el Colegio Inmaculada Concepción, que era solamente de hembras. De ahí le decía de relajo, papá, pero tus eras bendito entre todas las mujeres.
Decide estudiar medicina con el apoyo de mi abuela ya que mi abuelo quería que él se dedicara al comercio que era el negocio que tenía mi abuelo en Guanábano. En sus tiempos de estudios universitario, nace nuestra hermana Mirtha Mercedes, la que te dio, tres nietos, cinco biznietos y tres tataranietos.
Justo el mismo día que se graduó, lo nombraron en la Maternidad Julia Molina, actualmente Maternidad La Altagracia y realiza el primer parto en ese Hospital, por lo cual hay un Salón de Conferencias a su nombre; además de participar como ayudante en la primera cesárea realizada en esa misma Maternidad.
Quien te dice de venir a Macoris, fue mi padrino el Dr. Rafael Acra (Fellé) y en 1951 llega a San Francisco de Macorís, como médico residente en el Hospital San Vicente de Paul y realiza su pasantía en la Yaguiza. Se enamoró del pueblo y de mamá, a la que un día Don Toñito Espinal, que era muy amigos, se la presentó.
Recuerdo que algunos amigos de ustedes le decían en broma, como fue Edgar Acra, fíjate las cosas de la vida llegar Reynaldo de Guanábano y se levanta una de las mujeres más bonita de este pueblo y con tantos enamorados que tenía Rosa Elba.
Se casaron un 24 de septiembre de 1953, donde inicia esa hermosa relación de amor, unión y respeto, que perduró por 71 años, y en la que nunca los vi discutiendo. Fruto de ese amor nacimos sus cinco hijos, Reynaldo Antonio, Luis Antonio, que siguió su legado estudiando Medicina en Ginecología y Obstetricia, Margarita María, Rosa María y Martín Enmanuel, además de traer a nuestro hogar, cuanto tenía solo ocho años, a nuestro querido hermano Pablo Holguín, que también estudió medicina.
Cuando nacieron Rey y Luís, se fue a especializarse en los Hospitales Metropilitan y Mount Vernon, de New York. Casi nazco en New York, pero tres meses antes de nacer tuvo que regresar a República Dominicana, por el fallecimiento de mi abuelo.
En nuestra casa de la 27 de Febrero vivieron durante un tiempo “Lala”, nuestra bisabuela Rosa que crio a mamá, trajiste a abuela María desde Guanábano y en una ocasión hasta abuelo Luis, el papá de mamá, estuvo con nosotros. Éramos tantos en la casa que el comedor tenía dos mesas, las que a veces usábamos para jugar ping pong, sobre todo, Rey y Luis, que disfrutaban este juego con sus amigos.
Compraste una casa que estaba frente al tanque del Acueducto, desde donde se veía el pueblo y lo llamaste “Villa Rosa María”, ahí te encantaba hacer reuniones con las amistades de ustedes y sus familias. Tus amigos te decían cariñosamente “cuchito”, nunca he sabido el porqué de ese apodo.
Por tu profesión, a veces no te veíamos mucho, pero, sin embargo, casi todos los años nos llevabas a disfrutar unos días en diferentes pueblos. Algunas de tus pacientes te prestaron su casa, como fue en Samaná y en otra ocasión en Río San Juan.
Fuimos bendecidos de tenerte como padre, pues siempre fuiste un ejemplo. Nos enseñaste el amor a Dios y a la familia, con tu frase de: “Familia unida jamás será vencida”, unión, humildad, honradez, sencillez, integridad, amabilidad, paciencia y tantos otros valores que no terminaría, pero una de la más importante fue la de tu dedicación a tus pacientes y ese desprendimiento de lo material. Ayudaste a tantas personas, que todavía me encuentro con algunas personas que me dicen, tu papá salvó a mi mamá, tu papá era un santo, el me pagó los estudios o el me ayudó a construir mi casita. Pero no solamente eso, sino que te llegaban pacientes que no tenían para pagarte la consulta y tu no solo no le cobrabas, sino que le dabas la medicina y si no tenían para regresar le pagabas el transporte para que regresaran a su pueblo.
A veces he dicho que lamento que, esa época no hubiera computadora, para haber podido saber cuántos partos, cesáreas, ahijados, ahijadas y cuantas bodas apadrinaste.
No voy a mencionar tus donaciones, creo que los que te conocen saben, además de las instituciones que fundaste y a las que perteneciste y los reconocimientos que recibiste, fueron muchos. Algunos de estos los veo todos los días, ya que están colgados en la pared que va a mi habitación.
Recuerdo tus viajes a diferentes pueblos para dar charlas sobre Planificación Familiar y los cursillos prematrimoniales, a los cuales te acompañaban el Padre Cuadrado y tu gran amigo Francisco Almánzar, que cuando llegaba a la casa decía al entrar “Aquí está Dios bajitico”.
Papá junto a mamá nos enseñaron que no hay diferencias entre ricos y pobres, que todos somos iguales, de ahí que recuerdo que cuando, el Sr. Caputo, que lo quería como a un hijo, le dijo que quería que le comprara la finca en el Ciruelillo.
Primero pensó en fabricar una casa para descansar los fines de semana, pero mamá le dijo que, si ibas a construir una casa, era para mudarnos. Pegamos el grito al cielo, porque en ese tiempo era lejos, pero cada vez que íbamos a medida que se construía la casa, nos fue gustando al punto de que nuestros compañeros de juego eran no solamente los amigos del pueblo que iban con nosotros, sino también los hijos del encargado de la finca y todos los niños y niñas de ese sector; hasta un play de béisbol hiciste, del que disfrutaron mucho Martín y sus amigos. A esa finca le pusiste “Villa Margarita”
Le encantaba celebrar tu cumpleaños en el kiosko de la casa y contrataba un perico ripiao de un señor que le decían “Sayo”, y que el instrumento que utilizaba era un casco de botella. Bien que sonaba el grupo. Disfrutaba el baile y la comida.
De un consultorio que tenía en la Duarte, instala luego la Clínica Altagracia, primero en la Sánchez con Rivas y luego en la segunda planta de la Farmacia Santa María. Después en el 1968, junto a quien fuera su gran amigo y colega el Dr. Domingo Ovalle, crean el Centro Médico Duarte, pero por el inesperado fallecimiento del Dr. Ovalle, lo nombra Centro Médico “Dr. Ovalle”. Se unen a este proyecto tus amigos médicos de diferentes especialidades, como el Dr. Luis García, Abigail García, Bienvenido Herrera, Félix Meyreles, además de Ramón Concepción (Moncito), Oscar González (Coqui), Marcelino Peralta, entre otros.
Te levantabas temprano a leer libros y revisas que recibías de diferentes países y luego te ibas al Centro Médico y visitabas a todos los pacientes, aunque no fueran tuyos, para saber cómo estaban.
Cuidabas mucho tu salud, te gustaba nadar y caminar, creías en la medicina preventiva, además de que nos decías que tu papá falleció muy joven (56 años), y tu temor era que te pasara igual. Y Dios te bendijo y llegaste a los 98 años.
Nos llevaste, primero a tus hijos y, luego tus nietos a esas entregas de comida a las familias y regalos de Reyes, para los niños del Barrio Azul y Vista Del Valle, que año tras año, disfrutabas, para que aprendiéramos a valorar las cosas y viéramos la realidad de la vida.
Papá que corazón tan bueno fue el tuyo. No sabías decir que no a nadie y si nosotros te pedíamos algo, decías lo que diga tu mamá.
Recuerdo que hasta cuando se realizó el anuncio de publicidad del Ron Barceló, llegaste a la casa y al rato saliste muy elegante y te preguntamos y adónde vas y dijiste, me invitaron a una actividad en el Ayuntamiento, sin saber que luego te íbamos a ver en ese anuncio muy sonriente.
Tantas cosas que voy a extrañar, como cuando decidiste retirarte de la medicina, y a veces me acompañabas a hacer algunas diligencias y nos encontrábamos con las que fueron tus pacientes, que al verte solo decían ¿Ay doctor y como me voy a hacer? o “mire doctor mi hijo el que me decían que tenía que abortar porque tenía problemas y usted dijo que no, y ahí está hecho todo un hombre sano y fuerte” y otras que te abrazaban y te decían “doctor usted me va a ser falta, usted es un santo”.
Extrañaré tus juegos de dominó, que fue a lo que te dedicaste cuando te retiraste, al punto de que compraste un libro para aprender a jugar mejor; y como disfrutabas cuando decías “ya gané”, con esa sonrisa tuya que iluminaba tu cara. Y decías el dominó es suerte y ciencia.
Extrañaré nuestras conversaciones en el balcón en la que me decías, que bendición yo haber podido comprar este terreno y hacer mi casa, pero la mayor bendición fue haber conocido a esta muchachita y me señalabas a mamá.
Te sorprendiste cuando te enteraste de que le iban a poner tu nombre a un hospital, no parabas de decirnos, que siempre le ponían el nombre a alguna institución, cuando la persona fallecía, pero a ti te hicieron ese homenaje en vida y además en la capital. Y justo el mes que comenzó a operar el Hospital, fuiste a la capital y le dijiste a Juan, “llévame al hospital, que me enteré de que ya abrieron”; y que sorpresa te llevaste que al llegar te dijeron, “Doctor, aquí está el primer bebé que nació en el hospital, es varón y la madre le puso tu nombre.
Ya con el tiempo fuiste más callado, pero, aun así, me gustaba preguntarte, quien es lo más bonito de la casa y me decías “yo” y ahí me reía y te decía y también tu muchachita, mamá, no se vaya a poner celosa. Y a veces te preguntaba cómo te llamas y me decías “Reynaldo” y yo te decía y como me llamó yo, y me contestabas “Margarita” y a quien me parezco y me decías “a mi” y como me sentía de orgullosa de que me dijeras eso.
Gracias Dios por el papá que me diste y por esa madre que tengo. Mejor bendición no puedo pedir.
Desde que te fuiste físicamente, no ha sido fácil y hasta converso contigo para que intercedas con Dios y pueda darme fortaleza y ayudarme a entender tu ausencia.
Tu partida ha sido muy dolorosa, pero sabíamos que en algún momento tenías que partir y te fuiste justo el día de Nuestra Virgen de la Altagracia, que igual que mamá eras devoto. De ahí que hasta a mí me pusieron también ese nombre.
Papá siempre estarás en mi corazón, parte de mi se fue contigo, pero no puedo sentirme más orgullosa de haberte tenido como padre. TE AMO PAPA.
Tu hija Margarita María de la Altagracia
La entrada A mi amado padre el Dr. Reynaldo Antonio Almanzar Henriquez se publicó primero en Periódico EL JAYA.
Fuente: santiagodigital.net