
La sociedad, en su constante evolución, enfrenta grandes retos. Existen amenazas silenciosas, encarnadas en individuos que han hecho de la maldad su estandarte, dañando sin remordimiento a quienes se cruzan en su camino. Personas sin escrúpulos que, lejos de aprender de sus errores, insisten en la misma ruta de perversidad, sin el más mínimo atisbo de arrepentimiento genuino.
Es triste y, muchas veces, indignante ver cómo algunos, atrapados en sus propias sombras e inseguridades, son incapaces de tocar fondo. Viven envueltos en complejos de inferioridad, en la arrogancia de no reconocer sus errores, de no asumir sus debilidades. Se convierten en seres que tratan siempre de destruir personas, familias, instituciones y comunidades enteras con tal de lograr sus mezquinos objetivos. Y lo hacen sin freno, una y otra vez, sin importar cuántas veces la sociedad les dé oportunidades de redención.
Aun cuando las consecuencias de sus actos se reflejan con crudeza en sus propios espejos, en vez de detenerse, apresuran el paso, sumergiéndose cada vez más en la espiral del daño. Y lo más lamentable es que, tras sembrar el caos, pretenden limpiar su imagen con disculpas vacías, con sonrisas forzadas, con palabras que no nacen del arrepentimiento sino de la conveniencia. Pero el perdón no se otorga por simple formalismo; el verdadero arrepentimiento solo es válido cuando va acompañado de humildad, cuando nace del corazón y se traduce en una transformación real.
La comunidad debe estar alerta. Muchas veces, los rostros más amables ocultan las peores intenciones. Sonríen mientras maquinan, aparentan mientras destruyen. Y mientras ellos siguen su juego de odio, se olvidan de que el daño que causan a otros, tarde o temprano, termina por devorarlos a ellos mismos.
Es como expresa de manera muy oportuna el destacado periodista salcedense Rafael Santos, al describirlo como el laboratorio de la maldad que tanto ha denunciado que opera en la provincia Hermanas Mirabal, para dañar a todos lo que crucen en su camino de odio y perversidad, muchas veces al servicio de quienes los dirigen, sin darse cuenta que todas sabemos quienes los dirigen y quienes hacen el trabajo sucio.
Que Dios nos libre de estos personajes nefastos, porque, aunque ellos insistan en destruir, la sociedad debe aferrarse a la justicia, a la verdad y a los valores que realmente construyen.
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Fuente: santiagodigital.net