
Los tiempos actuales nos han venido enseñando que después de una larga labor de trabajo hay que descansar para restaurar las fuerzas pérdidas por los afanes cotidianos, y de este modo no permitir que la vida se convierta en una pura actividad mecánica, donde todo adquiere valor a la medida que se convierte en signo de producción.
Nos hemos vuelto a encontrar con la Semana Santa, y es costumbre de muchos irse de vacaciones para descansar, visitar a sus familiares, cambiar de rutina, y detenerse a reflexionar en torno al acontecimiento más grande que ha marcado la historia universal: la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Jesucristo; que tomando la condición de esclavo paso por unos de tantos.
Sin embargo, muchos ignoran el sentido religioso de la Semana Santa, son pocos los que se adentran en el misterio que esconde esta semana de dolor, sacrificio y de entrega de un Dios que se hizo hombre, y que fue capaz de entregar su propia vida por amor a la humanidad, sin esperar nada a cambio.
Este hecho tan sublime hace tiempo que paso, pero cada año se hace memoria de él para recordarlo y tener presente que la vida no es sólo diversión, superficialidad y desenfreno sexual, que aunque no nos guste hablar del sufrimiento y del dolor, es justo hacer un stop, una parada y pasarle balanza a nuestra propia existencia humana, para ver cómo vamos caminando, pero claro, no es acoger el sufrimiento desde una actitud masoquista, sino con la certeza que después de esto vendrá una gran alegría y una esperanza para nuestros corazones.
Tal vez las personas no viven la Semana Santa porque vivirla implica reflexión, reconociendo de las debilidades personales; por no querer aceptar que la vida no puede seguir de mismo modo, que hay que dar un paso de transformación, un cambio de mentalidad, ya que si se continúa de esta forma no se llegara lejos, y todo habrá terminado mal porque no hubo tiempo para detenerse un segundo para evaluar la vida desde la propia vida de Cristo; que siendo Dios se anonado así mismo, y por eso fue levantado sobre todo Nombre. De aquí que ignorar esta gran verdad divina es la opción que toman muchos para no verse comprometido a analizar su vida, y justificar su comportamiento inadecuado.
Las vacaciones pueden esperar, pueden dejarse para luego, pues este tiempo es oportuno para confrontar la propia existencia, para evaluar nuestra vida y evitar de esta forma seguir cometiendo los mismos errores de siempre, que destruyen nuestra naturaleza humana, que hacen además que todo se vuelva blanco y negro. Por eso, que hayan vacaciones, pero no para un rio ni para una playa, sino para nuestra propia interioridad, para descubrir las razones fundamentales del por qué las cosas no son como deberían ser, para estar plenamente consciente de que para alcanzar la felicidad no es necesario alejarse de todo, sino comprenderse así mismo.
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Fuente: santiagodigital.net