
«Manuel Muñiz Villa (León, 1983) es abogado y profesor de Relaciones Internacionales. Formado en centros prestigiosos de Madrid, Boston, París y Oxford, Muñiz es actualmente el rector internacional de IE University y entre 2020 y 2021 se desempeñó como secretario de Estado de la España Global en el Ministerio de Asuntos Exteriores con Arantxa González Laya. Esto lo convierte en un observador privilegiado de los movimientos tectónicos que se han desatado con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.—Usted fue secretario de Estado de la España Global, ¿cuál es el estado de la globalización hoy?—Lo que estamos viviendo en el ámbito internacional es un claro proceso de fractura del orden internacional que tiene una dimensión política y diplomática. Está emergiendo un mundo de bloques, con líneas mucho más duras y eso tiene implicaciones para la gobernanza global. Y también estamos viviendo fracturas en el ámbito económico. Se está empezando a producir un proceso de desglobalización parcial. Tenemos evidencia de que los patrones de comercio están empezando a alinearse por afinidades políticas. Dinámicas mucho más regionales. —¿Estamos ante una desglobalización o es una globalización diferente?—En términos agregados aún no se puede hablar de desglobalización. Todavía las cifras nos muestran que hay una ralentización del comercio internacional, pero no un decrecimiento. Pero lo que estamos empezando a ver es que dentro de esas cifras hay patrones novedosos. Empezamos a ver dinámicas mucho más regionales, entre aliados, todos estos procesos de ‘near shoring’ (traslado de centros de producción a países aliados o más próximos) y ‘derisking’ (reducción de riesgos) de las cadenas de suministro están empezando a producir esto.—Hay cuatro flujos para medir la globalización: la libertad comercial, la de movimiento de capitales, la de personas y la de información o conocimiento. Claramente la libertad de movimiento de personas está sufriendo por el tema de la inmigración. ¿Está de acuerdo?—Sí, dentro de la fractura económica se podrían incluir los claros ataques que hay en buena parte del mundo a la movilidad de las personas, tanto la irregular como la regular. Por cierto, estamos en una institución académica fuertemente internacionalizada, el 90% de los alumnos que hay en IE University no son españoles, vienen de todo el mundo a estudiar aquí. Y nosotros venimos observando con gran preocupación que las restricciones a la movilidad de estudiantes internacionales van creciendo en Australia, en Holanda, en el Reino Unido, en múltiples jurisdicciones. En resumen, no vemos una regresión acelerada o radical de la globalización, pero vemos un recalibrado.—Aparte de México, Canadá y China, Europa es la región que más está notando la llegada de Trump.—Esa es una valoración acertada. Incluso me atrevería a ponerlo por encima de los mexicanos y los canadienses por distintos motivos, pero, bueno, el principal es la intensidad de la relación que existe entre Estados Unidos y Europa. Esto hace que los volantazos en su política exterior nos afecten en múltiples dosieres, pero sobre todo en el comercial. Europa es la región del mundo con una mayor proporción de su PIB vinculada al comercio. Somos mucho más dependientes de la globalización que Estados Unidos o China. A nosotros, que alguien juegue con el comercio internacional o que éste se vea sometido a ‘shocks’ importantes, que es lo que está haciendo Trump, pues nos afecta de manera muy directa y desproporcionada. Nuestro modelo de crecimiento y de competitividad se ha edificado sobre la internacionalización y la interdependencia con los demás. Y en el otro gran apartado, que es el de la seguridad y defensa, a través de la OTAN tenemos un nivel de enhebrado con Estados Unidos que no tiene parangón en otras partes del mundo.—Usted asistió en persona al discurso del vicepresidente J.D. Vance en Múnich. ¿Qué pensó?—Nadie se lo esperaba. La expectativa era que él iba a dibujar la nueva arquitectura de seguridad norteamericana en Europa. Y, sin embargo, decidió lanzar una crítica severa a la democracia europea en el marco de un proceso electoral en Alemania. Y acto seguido, sin contestar preguntas, se retira de la conferencia para reunirse no con el canciller alemán sino con la líder de Alternativa para Alemania. Todo eso se entendió como un ataque bastante gratuito a sus aliados. La sensación fue que había soltado una bomba.—¿Qué cree que busca Trump en Ucrania?—No está muy claro porque no lo ha explicitado. Pero es muy difícil entender la postura internacional de EE.UU. en prácticamente cualquier asunto si no se aplica una lente que considere a China. Por cierto, esta lente es válida para Panamá, para Groenlandia, y para Ucrania. Entonces, creo que lo que busca en Ucrania es suturar el conflicto, cerrarlo lo antes posible para poder desviar su atención y recursos a otras partes, fundamentalmente al Indopacífico y a China. Y luego creo que puede haber un objetivo de fondo que es intentar alejar a Rusia de China. Esto lo han denominado ‘reverse Kissinger’, que es la idea de intentar separarlos como hizo el secretario de Estado (con el viaje de Nixon a Pekín), porque la idea de que esta inmensa masa euroasiática esté conectada políticamente y alineada en contra de los intereses de EE.UU. genera una preocupación inmensa en Washington.—Eso tiene lógica, pero es difícil.—Creo que la lectura que hace Washington es que no hace falta demasiado para que los rusos se distancien de los chinos, porque ese es un matrimonio de conveniencia con unas tensiones inmensas. Piensan que con poco que haga EE.UU., que levante parte de las sanciones, cierre el conflicto, normalice la relación con Rusia, eso automáticamente empezará a producir ciertos grados de separación entre Pekín y Moscú. Ahora, y esto sí que me preocupa, ¿qué precio está dispuesto a pagar EE.UU. para conseguir eso? Si el precio es una paz en Ucrania que es insatisfactoria para los europeos y eso provoca la ruptura de la relación transatlántica y la pérdida de buena parte de los aliados europeos, pues entonces a lo mejor van a hacer un pan como unas tortas. ¿Se van a alienar a sus grandes aliados que pueden ser claves en el proceso de contención de China? —¿Cómo es eso?—Nuestro nivel de interés y de exposición al conflicto hacen que distintos tipos de paz sean aceptables para unos y para otros. Para Trump, probablemente, una paz donde Ucrania sufre unas pérdidas territoriales severas, donde no se le ofrece integrarse en la OTAN, donde se le ofrecen unas garantías de seguridad razonables pero no robustas, es aceptable y para los europeos, sin embargo, ese es un escenario de inseguridad para los bálticos, para Rumanía, para Polonia, para Moldavia, incluso para los finlandeses, porque significaría la consolidación de la idea de que se pueden ganar territorios mediante el uso de la fuerza, en violación de la carta de Naciones Unidas. Y podría significar un estado ucraniano frágil, que quedaría expuesto a la injerencia y a la instalación de un régimen prorruso. Desde mi punto de vista este es un escenario plausible con una paz abrumadoramente injusta para con los ucranianos—¿Convertir a la UE en una potencia militar es el camino correcto?—La respuesta corta es sí y es una necesidad. Potencia militar me resulta a lo mejor un poco hiperbólico, teniendo en cuenta que el punto de partida es que Europa en estos momentos depende fuertemente de Estados Unidos para cubrir las necesidades más básicas de su seguridad. Hemos vivido en una situación muy anómala desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Eso parece que está llegando a su fin y si de verdad queremos desarrollar autonomía estratégica, pues tendremos que hacerlo con nuevas capacidades.—¿Qué se va a romper primero, la OTAN o la UE?—De romperse alguna de las dos se rompería primero la OTAN.—¿Cómo valora el gesto de Francia de ofrecer su fuerza nuclear como paraguas europeo?—Creo que Macron tiene una percepción adecuada de lo extraordinaria que es la situación para Europa. Este no es un momento normal, es un momento extraordinario.—¿No cree que hacemos exactamente lo que Trump quería que hiciéramos?—En algunos asuntos sí, en otros no. En la cuestión de que a través de su presión iba a producirse un despertar en Europa de la política de seguridad y de defensa europea, sí. Ahí se cumple lo que Trump esperaba. Ahora, donde creo que él se equivoca es en abrir tantos puntos problemáticos para Europa a la vez que le pide que sea útil para la visión de EE.UU. del mundo sobre todo en relación a China. Su agresividad en el asunto ucraniano, la exclusión de Europa de las negociaciones, su agresividad con Zelenski son contrarias al consenso europeo. Cuando uno suma su actitud en el comercio y su política hacia Naciones Unidas y los organismos multilaterales, eso te lleva a un lugar en el que EE.UU pierde a parte de sus aliados y eso es un grave error.—¿Cree que la UE podría acercarse a países menos agresivos, que creen en el multilateralismo, aunque no sean democracias como China?—Creo que va a ser parte del resultado de este proceso si el divorcio con EE.UU. se profundiza. Probablemente entonces los países europeos encontrarán un mayor atractivo en tener relaciones de todo tipo, comerciales y diplomáticas, de mayor intensidad con otros actores.—¿Qué preferirá Europa, una democracia agresiva o un totalitarismo pacífico?—Lo que pasó en Múnich fue revelador. Tras el discurso de Vance intervino Wang Yi, el ministro de Asuntos Exteriores chino. Entró y dijo: «China es un país que cree en el orden multilateral y en el sistema de Naciones Unidas. Cree en el derecho internacional y en el comercio. Está comprometida en la lucha contra el cambio climático». No citó a EE.UU., pero añadió: «Somos un socio fiable». Por cierto, tras su discurso, atendió preguntas del público, se sentó y más tarde se fue. No como Vance, que habló y se fue. Los chinos se han dado cuenta de que tienen la oportunidad de entrar en espacios en los que tradicionalmente EE.UU. era el socio principal. Y este es un mensaje de enorme valor en todo el Sur Global, porque ellos no quieren una fractura del orden internacional. Por eso creo que hay consecuencias que no están bien calibradas en la política norteamericana.—Si omitimos la Guerra Civil, España jugó durante todo el siglo XX un papel de retaguardia, como mucho de conductor de ambulancias. ¿Puede seguir en ese papel?—Lo deseable es que el papel de España en el ámbito internacional sea el de un gran puente entre el norte y el sur. En este nuevo mundo de bloques va a haber una parte que de hecho contiene a la mayor parte de la población, con países como la India, Turquía, Sudáfrica, México, Brasil, etcétera, que hemos denominado Sur Global, que no van a querer alinearse y que ven en este proceso de fractura y de colisión entre China y Estados Unidos un problema grave y un riesgo para sus agendas climáticas, de desarrollo, comercial. Ellos no quieren ese mundo desintegrado, quieren un planeta donde las cosas funcionen, con bienes públicos globales importantes como la seguridad, la paz, la legalidad internacional. Gran parte de la gobernanza global se va a producir en el arbitraje entre el norte y el sur. Y España es un país que está anclado en el norte, pero es una democracia europea con una relación transatlántica, socio de la OTAN, pero que es sureño, que tiene un pie en Iberoamérica, que tiene un pie en África y que no tiene una historia compleja en Asia, por lo que se nos recibe con mucha simpatía. Somos el país más sureño del norte. Y ahí hay un arco largo para la acción exterior española.
Fuente: abc.es